• Nos contaba Pizarnik en uno de sus poemas que dibujó el itinerario hacia su lugar al viento, y ésa es la fuerza que hace avanzar este poemario. El viento es uno de sus protagonistas, como lo es la lluvia, y la nieve y una discoteca a las cinco de la mañana cuando se encienden las luces y las miradas son suelos pegajosos. El título del poemario, prestado de una de las novelas de Javier Marías, funciona como una metáfora extendida a lo largo de toda la obra, un símbolo de ese momento en el que todo ha ocurrido, ya ha pasado lo más importante y nos queda únicamente ser testigos del olor que dejó un cigarrillo mal apagado. En palabras del propio Marías, “no debería uno contar nunca nada”, así que será mejor que el lector intente moverse sin más por este espacio que espero que de alguna manera sienta común, un escenario recorrido en algún momento de su deambular. Mucha suerte. Alfred Besora es poeta desde que tiene uso de razón. Se cría en un pueblo de la provincia de Tarragona, La Riba, con una tradición papelera que data del s. XII. Su infancia se desarrolla rodeado de revistas, periódicos y otros papeles que llegan al pueblo en camiones para ser convertidos en pasta de papel. Poeta de barbecho y de cajón cerrado a cal y canto. Se trata de un cajón de sastre el suyo, puesto que lleva veinte años dedicado al mundo de la moda de manera profesional y a la sastrería en concreto. Estudiante del Grado de Estudios Ingleses, su vocación por los poetas ingleses le ha llevado a traducir e incoporar a varios de ellos en sus obras. Docente de diseño en la Universidad IDEP-Abad Oliva, Besora es un poeta de imágenes, de mundos que se expanden a los ojos del lector en forma de metáforas eternas y desconcertantes, donde el desasosiego llega y nos ampara. Su primer poemario Olía a filtro quemado está publicado por Ediciones El Drago.